viernes, 20 de julio de 2018

Reflexiones sobre la Revolución Francesa- William Burke.


La idea de caballero en los días de Burke, así como en las colonias americanas y en los albores de la república, eran un atributo cierto que implicaba una clase social. Se esperaba de los miembros que pertenecían a ella el cumplimiento de ciertas normas, pero se era caballero por nacimiento y tan sólo en circunstancias extraordinarias podía un hombre que no hubiera nacido como tal, albergar la esperanza de llegar a serlo. Hoy en día, la movilidad social y de clases es mucho más fluida por lo que la posibilidad de ser un caballero está abierta a todo el que quiera serlo, en un escenario que no se había dado nunca antes del siglo XX.

Sin embargo, el compromiso con la igualdad, tan característico de la sociedad americana, y de todas las sociedades occidentales, no es algo absolutamente beneficioso. Cuando la igualdad se refiere a serlo ante Dios y ante la Ley, el concepto es verdadero y justo. Pero cuando la igualdad se lleva a sus extremos, conduce a una incapacidad (o falta de voluntad) de marcar unas diferencias. De esta manera, una opinión es tan válida como la siguiente, una conducta social es tan buena como cualquier otra, y nuestra capacidad de poder emitir un juicio sobre las mismas queda significativamente atenuado. Esto resulta devastador para el ideal de caballero pues depende de la capacidad que se tenga para discriminar entre bueno y malo, entre noble e innoble, entre virtud y vicio. Cuando perdemos la capacidad de distinguir, o el valor necesario para hacerlo, también lo hacemos con la noción de caballero.

Por lo tanto, y para empezar, el caballero es aquél que desea y es capaz de emitir un juicio acertado. Puede distinguir cuándo lo hace, y no se avergüenza de expresarlo incluso si causa incomodidad, o si se queda solo en el intento. Y aunque tengamos que admitir que existen diferencias sociales entre nuestros días y los de Jane Austen, creo que es posible deducir de su trabajo cuáles son los atributos fundamentales de un caballero, que pueden aplicarse tanto hoy como en aquel entonces. El caballero austeniano por excelencia es Mr. Darcy, y es su ejemplo el que tengo principalmente en mi pensamiento. Sin embargo, tal y como saben los lectores de “Orgullo y Prejuicio”, el propio Mr. Darcy tiene que aprender algunas lecciones, y necesita de su espacio para corregirlas, tal y como hacemos todos.

Primero, un caballero tiene un fuerte sentido de la corrección. Corrección es una palabra que ha caído en desuso, lo cual es una desgracia. Una persona con este sentido sabe lo que corresponde hacer en cada situación. Lo que a su vez precisa de una amplia experiencia en diferentes situaciones sociales. Además, hay que ser capaz de distinguir entre lo que son principios intemporales, de las prácticas culturales que pueden variar de un lugar a otro. El sentido de la corrección, cuando se ha formado adecuadamente y no únicamente como algo relacionado con la dignidad personal, supone ser consciente de las personas que hay alrededor. Cuando está bien desarrollado, hace que esas personas se sientan a gusto en presencia del caballero. Este extremo a veces supone el tener que romper alguna norma cultural, al servicio de un principio fundamental.

Aunque no tengo la certeza de que sea cierta, hay una historia que solía contar George Washington. En una ocasión que se encontraba en Mount Vernon, Washington tuvo que relacionarse con una persona del entorno rural de la frontera. Durante la comida se sirvió un cuenco de sopa ante cada comensal, y el interlocutor de Washington lo cogió y empezó a sorber la suya. Sin perder la compostura, Washington comenzó a hacer lo mismo. Washington sabía que el objetivo de la buena educación es facilitar las relaciones sociales pero, en este caso, también significaba seguir las normas sociales que se practicaban en Mount Vernon. Para evitar poner en evidencia a su invitado, Washington dejó a un lado sus convencionalismos para permitir otro asunto mucho más importante, que era que su invitado se sintiera cómodo. El caballero es capaz de reconocer cuáles son las excepciones, pues quiere lo mejor para aquellos que están en su compañía. Ciertamente, Mr. Darcy observa los modales de su tiempo y su clase social. Sin embargo, necesitó de las duras palabras de una mujer inteligente para poder darse cuenta de que darse importancia y el orgullo no significan corrección.

El segundo atributo es la amabilidad, que está directamente relacionado con la corrección. Ser amable significa ser cordial. Un hombre amable tiene una buena conversación y se interesa por la gente con la que habla. No se muestran absorbidos por sus circunstancias y se relacionan con los demás. Del Sr. Bingley a menudo se dice que es amable, y este atributo parece especialmente importante cuando se le compara con las formas frías y distantes del Sr. Darcy quien, finalmente, aprende a ser amable cuando se enamora de Elizabeth. Un hombre amable no es un aburrido que solamente se preocupa por el sonido de su propia voz. El Sr. Collins es un muermo, pues no tiene sentido de la corrección y, por lo tanto, sus intentos por ser amable resultan fallidos una y otra vez. Aquí podemos empezar a discernir cómo los distintos atributos de un caballero se complementan entre sí, y tener uno sin poseer los otros puede resultar en algo amorfo. Un ejemplo es el Sr. Wickham, todo amabilidad en el trato, pero también un hombre de malévolas intenciones.

Al Sr. Wickham le falta el tercer atributo del que va sobrado el Sr. Darcy: la constancia. Que consistiría, sencillamente, en ser coherente. Un hombre es constante cuando, de hecho, es lo mismo que aparenta. El Sr. Wickham es amable, pero le falta constancia, y por ello está deseando presentarse a sí mismo como lo que no es. Por otro lado, el Sr. Collins posee esta virtud de la constancia pero, al carecer del sentido de la corrección, se estrella continuamente en situaciones sociales. El Sr. Darcy se pavonea de su firmeza por el hecho de que no titubea. Esto, por supuesto, puede ser un rasgo digno de admiración siempre que los principios con los que uno se comprometa sean lo suficientemente sólidos. El hombre decidido a tratar a los demás con respeto, a ayudar a quienes lo necesitan, y a comportarse con dignidad, es un hombre cuya constancia está bien dirigida y es digna de admiración.
Cuarto, el caballero está dispuesto a sacrificarse por los demás y, aunque haga buenas obras, no las hace públicas. Se asegura de no llamar la atención. Por descontado, no utiliza su posición social o sus circunstancias materiales para ganarse el corazón de una mujer. El Sr. Darcy se involucra muchísimo hasta que se asegura de que Wickham y Lydia se hayan casado. Se trata de un dispendio económico importante para él pero lo que es más significativo, es que Darcy se ve obligado a llegar a tratos y a beneficiar a un hombre al que desprecia. Y el Sr. Darcy hace todo lo posible por que sus acciones se mantengan en secreto, especialmente por lo que respecta a Elizabeth, pues no quiere que ella se sienta obligada hacia él, y mucho menos que considere la necesidad de casarse como una forma de agradecimiento. En última instancia, el Sr. Darcy se preocupa por la felicidad de Elizabeth, y está dispuesto a sacrificar la suya por asegurar la de ella.

Quinto, un caballero puede admitir que se ha equivocado. Esto no es fácil ya que, un hombre que constantemente busca cultivar los atributos de corrección, amabilidad y constancia, se resistirá a admitir que no ha estado a la altura de las circunstancias con las que se ha comprometido. La primera proposición del Sr. Darcy fue una parodia, y Elizabeth no dudó en golpearle donde más daño podía hacerle. Le dice que habría sido más considerada a la hora de rechazarle si se hubiese comportado “de una forma más caballerosa”. Más tarde nos enteraremos de que esto fue lo que realmente le dolió a Darcy. Sin embargo, una vez que se le pasa el enfado, Darcy consigue reconocer su error. Hace auténticos esfuerzos por corregir su conducta y, finalmente, admite su equivocación a Elizabeth y le pide perdón. Está dispuesto a admitir su error con todo el rigor que se precise.

Finalmente, los atributos de un caballero son los atributos de una persona decente. El respeto hacia los demás es una característica indispensable. En la era democrática, en la que las clases sociales son fluidas y pobremente delimitadas, el caballero se caracteríza por estos cinco atributos, y por algunos otros como el valor y el autocontrol, que pueden adivinarse en los que ya hemos expuesto. El caballero respeta a las personas por ser personas. Así, el papel de un caballero está abierto para quien quiera serlo, y todos pueden beneficiarse de su presencia. En este punto podemos ver de qué manera el concepto sano de igualdad sirve para impulsar la noción expandida del caballero, y es un cargo que cualquier joven debería de estar dispuesto a ocupar.

Me gusta muchísimo este artículo. Y es más, añadiría que también podrían ser los atributos de una dama, digna de este caballero

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